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lunes, 15 de abril de 2013

Sueños de hojalata.




¿Existe algo más simple que una pompa de jabón?  No. Y aun así, es motivo suficiente para que un niño quede perplejo observándola.
Es curiosa, la facilidad con que te sorprendes cuando eres pequeño. Lo más mínimo vale. Un caramelo, una flor, un cubo y una pala. Porque cuando eres un niño, nada es lo que parece. El caramelo no es un caramelo cualquiera, es el que acaba de darte tu abuelo diciéndote que se lo ha traído un pajarito. Y dondequiera que esté el pajarito, tú le das las gracias. Una flor es solo una flor hasta que decides cogerla para llevársela a tu madre y ella, aunque sabe que no va a aguantar más de un día sin marchitarse, la pone en agua para que sonrías. Un cubo y una pala son  las herramientas perfectas para descubrir un tesoro en la playa o, incluso llegar a China, todo es posible.
Pero los niños crecen. Y los sueños, pasan a convertirse en hojalata.
Los mismos que se sorprendían, ahora ya no creen en nada más allá de lo rutinario. Sin sorpresas. Sin emociones. Sin pequeños descubrimientos. Sin aprendizaje. Sin dar rienda suelta a la imaginación. Entonces, echas la vista atrás, y comprendes que tu abuelo es el pajarito, que tu madre nunca guardó las flores, y que la China está demasiado lejos  para llegar desde una de las playas de Menorca, donde pasabas las vacaciones familiares.  A medida que te haces mayor, vas convenciéndote de que ya no te queda nada por ver. Y es precisamente, esa errónea idea, la que nos ciega. Y día tras día matamos al niño que un día fuimos, condenándolo a desaparecer. Y junto al niño,  se esfuma la ilusión. Esa que nos hacía despertar saltando de la cama el primer día de colegio. Esa que nos hacía arrancar la flor para mamá. 
La que nos daba fuerza para seguir cavando. La que nos hizo silbar por si le daba por aparecer al pajarito con un caramelo. La misma que no nos dejaba dormir el día de reyes. La que nos dejaba en Babia por culpa de una pompa de jabón. ¡Qué tontería! Con lo fácil que es ser niño... ¡Qué estúpidos son los mayores! 
Se sienten maduros por ser capaces de vivir inmersos en una realidad asfixiante, vestir traje y corbata, y llevar un maletín.

Y lo cierto es, que sus pajaritos siguen ahí, con el caramelo en el pico, esperando a un niño que ya, jamás volverá.

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