Y ahí estaré yo, en algún recóndito
lugar de tus recuerdos. Esperando, cobijada y desconsolada, que me rescates de
este eterno olvido; que muera arduo y silenciosamente.
Ahí, compartiendo, con los que ahora
no sabes que fueron los mejores momentos de tu vida. Y de nuevo, cuando las
piezas de tu puzle comiencen de nuevo a desencajarse, desquebrajarse, a
desvanecerse en la rutina, apareceré cual naufrago. Entonces, seré como una
leve brisa que entra cada día por tu ventana, llena de pureza y frescura.
Brisa, que llegará a adentrarse, hasta convertirse en un tornado; el tornado de
mis recuerdos. Nuestros recuerdos.
Lenta, muy lentamente, te irá
inundando. Ascenderá, cada vez más rápido y de una forma letal, hasta alcanzar
los momentos más inhóspitos que vivimos. Será entonces, cuando llegará a
asfixiarte, noquearte, desestabilizarte. Tanto como me inunda a mí cada segundo
de mi desesperados días. Solo así, en ese fortuito instante, yo estaré en
paz. En ese momento, te encontrarás de
nuevo en ebullición: en el punto exacto en que actuarán tus sentidos.
Solo así, recobrarás tu vida, la que
olvidabas hasta entonces, la utopía vacía que vivías, carente del elemento
clave de tu rompecabezas: yo.
Coraima Niz Betancor
Hola Gonzalo. no sé como funcionas...pero quiero compartirte mi ejercicio de editora en Lloronas de Abril. esta noche nos une la imagen que tienes en blindaje emocional. quien me escribe lo llamó retroceso emocional...y aquí están conectados estos dos blogs. te comparto pues lo que me envía mi lectora:
ResponderEliminarMe invade en momentos donde la debilidad aflora y en segundos me quita la gallardía que me impongo, como resultado de malas experiencias.
Concentro gran parte de mí en la necesidad de levantar un muro de contención que me blinde del sufrimiento y el dolor, pero más tardo en hacerlo, que en sorprenderme con la aparición de un episodio demoledor de fortalezas fallidas, de nuevas ilusiones y esperanzas.
Entiendo e interiorizo que puedo levantarme para retornar y seguir luchando. Me dejo quebrantar por esa sensación que me hace flaquear por una simple demostración de afecto. Tal vez el trasfondo está en la necesidad de sentirme cobijada, protegida, amada, deseada, admirada, en la categoría universal que todas demandamos.
Palpita un retroceso emocional, cuando el punto de equilibrio que construyo con esfuerzo y exceso de certezas, tropieza con un accidente despiadado e inmisericorde que derrumba en segundos los últimos milímetros de sensatez que interpuse para el blindaje de nuestro más preciado tesoro.
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