Y ahí estaré yo, en algún recóndito
lugar de tus recuerdos. Esperando, cobijada y desconsolada, que me rescates de
este eterno olvido; que muera arduo y silenciosamente.
Ahí, compartiendo, con los que ahora
no sabes que fueron los mejores momentos de tu vida. Y de nuevo, cuando las
piezas de tu puzle comiencen de nuevo a desencajarse, desquebrajarse, a
desvanecerse en la rutina, apareceré cual naufrago. Entonces, seré como una
leve brisa que entra cada día por tu ventana, llena de pureza y frescura.
Brisa, que llegará a adentrarse, hasta convertirse en un tornado; el tornado de
mis recuerdos. Nuestros recuerdos.
Lenta, muy lentamente, te irá
inundando. Ascenderá, cada vez más rápido y de una forma letal, hasta alcanzar
los momentos más inhóspitos que vivimos. Será entonces, cuando llegará a
asfixiarte, noquearte, desestabilizarte. Tanto como me inunda a mí cada segundo
de mi desesperados días. Solo así, en ese fortuito instante, yo estaré en
paz. En ese momento, te encontrarás de
nuevo en ebullición: en el punto exacto en que actuarán tus sentidos.
Solo así, recobrarás tu vida, la que
olvidabas hasta entonces, la utopía vacía que vivías, carente del elemento
clave de tu rompecabezas: yo.
Coraima Niz Betancor